Un chico en el metro me pregunta qué le dice a su novia furiosa porque él se liado con "una negra"
Escribo “una negra“ entre comillas, porque afroamericana sería mentira. Está claro que esa mujer no es afroamericana, pero ¿cómo llamamos en el idioma “inglés políticamente correcto traducido literalmente por ChatGPT al español de Twitter” a esos negros que no proceden de Trumplandía? No me digáis “africanos” que eso es tan racista como lo de “jovenlandía” y vosotros no querréis acabar votando a Vox.
Las relaciones humanas son complicadas, aunque la gente la suele simplificar yéndose a escuchar a su cura o monja de turno. A Irene Montero le preguntan en un podcast sobre abrir su relación y ella contesta que la monogamia es una imposición malvada, pero que ella es muy celosa y no podría aceptar que Pablo Iglesias estuviera con otra, así que sigue en la monogamia porque la malvada educación la ha hecho a ella así. Así que en la izquierda oficial políticamente correcta no podemos encontrar una respuesta a la pregunta del chico del metro, porque seguramente para ellos el chico del metro sea nazi sólo por preguntarme eso, incluso aunque él sea un joven sudamericano borracho.
Un joven sudamericano borracho que me ha llamado “hombre“, porque así es como los jóvenes llaman a los señores mazaos que practicamos crossfit y, por tanto, hacemos burpees a velocidad de la luz. El viernes de hecho hice 40 burpees porque sobró tiempo. También saltamos a la comba entre 100 y 300 veces, pero eso, por lo que sea, no es tan popular decirlo en Internet.
El caso es que el chico está bastante triste y borracho. Tiene los ojos enrojecidos y dice que no quiere volver a beber en su vida. Me dice que la negra le echó la ficha y él se dejó llevar, pero que la cosa no fue mucho más allá, y ahora su novia le ha echado la bronca y él no sabe qué hacer para que le perdone.
Mi experiencia es penosa, le cuento que yo no puedo aconsejarle nada porque siempre he sido bueno, que siempre me han dejado por chorradas y que hoy día me está costando conseguir una relación estable, porque decidí no tocar Tinder ni con un palo, y el hacer crossfit causa que las chicas estén salidas. Que yo tengo un problema y es que tengo que parar y sentar la cabeza, que no estoy en una edad para esto.
Lo que necesita este chico borracho de latinoamérica es, además de que le acaricié el hombro y le diga “mucho ánimo“ antes de bajarme del metro, que su novia le perdone. No levantarse a las seis de la mañana para ir al gimnasio temprano a hacer crossfit mientras escuchas a un entrenador decir “¡Venga! ¡Vamos! ¡Echadle más cojones! ¡Qué no vea a nadie levantando una barra de menos de 40 kilos! ¡Qué es puto lunes!“. No soy un modelo a seguir y hago lo que hago porque me devuelve la vida.
Pienso en que existe la posibilidad de que en algún momento este chico encuentre la respuesta. Seguramente en que si ella es realmente la persona, ella dejará de odiarle y en algún momento aceptará el perdón de él. Y en que si él es realmente la persona para ella, no volverá a liarse con nadie e intentará pensar en que su relación vale más que cualquier rollo de una noche.
En ese momento pienso ¿y qué le diría Jordi Wild? Porque Wild es como el padre de todos nosotros. Seguramente Jordi Wild supiera responderle mejor que yo. Yo estoy muy lejos del carisma de Jordi Wild. Seguramente Wild, como buen psicólogo que es (por algo tiene la carrera de psicología), lo sentaría en una silla gamer y le pondría a hablar durante 3 horas y media mientras asiente a todo lo que dice. No dudo que Wild piense mientras cosas freudianas como “a éste lo que pasa es que quiere follarse a su padre“, aunque Wild ya haya expresado hasta en su libro de que él es más partidario de la corriente cognitiva-conductual aceptando algunas cosas de psicología evolutiva, siento que él sabe que el psicoanálisis tiene algunas cosas útiles para soportar sus entrevistas larguísimas, sobre todo con la de cierto ex nazi que casi no le dejó irse a comer.
La cosa es que llevo 8 párrafos y todavía no tengo una respuesta para la pregunta del muchacho. Esto empieza a parecerse a Pablo Iglesias intentando no contestar “qué es un nazi” cuando se lo pregunta Ricardo Moya en El Sentido de la Birra. La cosa que honestamente creo que hoy día no estamos preparados para encontrar una respuesta políticamente correcta que entienda lo que realmente siente la novia del chico, porque no creo que sea algo que se solucione gritándole que ella es racista o nazi, como haría tanta gente tan comprometida con las causas sociales. Creo que lo que ella siente es un profundo sentimiento de dolor de que él se pueda liar con cualquiera si tuviera la oportunidad. O eso o es que soy un nazi.
Tampoco sabemos cómo es “la negra“ ni porqué le atrajo a nuestro protagonista, ni porqué ella le tiró los trastos, ni si ella sabía que él tiene novia. Podríamos responderle al chico que, mira, total, el poliamor es lo que Twitter quiere que él y su pareja acepten, pero todos sabemos que es que Twitter es ya una red social sólo para actores porno, gente de posturas políticas con más orificios listos para ser penetrados que todos esos actores porno, y gente que le gusta gritar a la tele cuando ven un partido de fútbol. Todas las opiniones que salgan de Twitter las puedes ver en las aceras de ciertos polígonos, porque como cantaba Pharrell Williams:
While politicians – is soundin' like strippers to me
They sayin', but I don't wanna hear it
"Ooh, baby, you want me?
Well, you can get this lap dance here for free"
También podríamos decirle al chico que siempre le quedará sacarse un carné del PSOE, lo mismo en ese entorno deja de sentirse culpable por hacerle ese daño a su novia. Pero sacarse un carné del PSOE es algo feo de narices. Ser político de hecho es algo feo de narices. Y abrazar la política como explicación a todo es como ponerse una pistola en la boca, apretar el gatillo, que se te encasquille y esperar a que llegue tu peor enemigo para rematar la jugada. La política ya sólo sirve para hacer daño a tu futuro yo. Y si no qué se lo digan a todos esos juguetes rotos que tantas horas de ordenador y teclado o golpes de pulgares al móvil, y meses de vivir en Twitter, dedicaron para pedir el voto para Podemos, que, los pobres, ahora tienen que conformarse con escribir en Bluesky no porque Elon Musk levantase el brazo unos quince grados más de la cuenta (políticamente correcto es hasta los 50º, después de eso ya empieza la zona peligrosa, que al llegar a los 75º podría provocar la resurrección de Hitler y su perro), sino porque ahí no les vigilan los minions de Canal Red para indicarles con comentario hiriente lo que pueden o no pueden escribir por Internet sobre sus amados líderes.
Todo esto para, al final concluir, que tras ver al completo (todas las horas en Podimo) la entrevista de Ricardo Moya a Pablo Iglesias estoy preocupado porque ahora miro a mi gato y sé que es nazi. Mi gato mira la franja de Gaza y ve ahí una oportunidad de negocio. Mi gato va a todos los festivales de España y en cada pie de foto de cada vídeo de cada concierto que sube a su Instagram escribe un “¡A mamar progres!“. Mi gato sigue a Roro en TikTok. Mi gato ha escuchado todas las tertulias de The Wild Project y cada vez que sale hablando Josebas, en cada una de ellas, asiente. Mi gato cuando ve a Pedro Sánchez, reacciona como cuando ve a un perro.
No sé cómo narices vamos a arreglar la vida de ese chico que tiene tantas cosas que aprender, ni cómo hacer que su novia deje la senda del racismo y abrace ese poliamor de izquierdas responsable con la salud mental, el feminismo y las negras, pero veo que mi gato está mirando la pantalla mientras escribo este texto y empieza a darme mied…